El viaje que realizamos a la ciudad de Praga, capital de la república Checa, fue algo más que un simple viaje turístico, estuvo plagado de connotaciones históricas, que se reflejaban en cada rincón de la urbe y del territorio nacional checo.
La joven Republica de Checoslovaquia, creada después de la Primera Guerra Mundial, desde sus inicios hasta la actualidad está impregnada de la ideología nacionalista, desde las corrientes radicales pangermanistas, que con el desarrollo del nacionalsocialismo, de los nazi, supuso la creación del Protectorado de Moravia y Bohemia, con la ocupación de Hitler de los Sudetes, de mayoría de población de origen alemán, de ahí la justificación para esa invasión sin apenas resistencia, y de la República Eslovaca, aliada del III Reich.
Junto con la política de “neutralidad” de Francia y el Reino Unido durante la Guerra Civil Española, con el Pacto de Munich los aliados permitieron a Hitler ocupar los Sudetes, los territorios con más del cincuenta por ciento de población de origen alemán. Esa política de “apaciguamiento” fue considerada por los checos un incumplimiento de las promesas dadas por los aliados. Queda claro, conociendo los hechos históricos, que ese acuerdo no frenó las ansias imperialistas del III Reich.
En el territorio checo, en la antigua fortaleza de Terezín del imperio Austrohúngaro, los nazi establecieron un campo de concentración, que dentro de Opción Final cumplió el papel de transito de los judíos y opositores políticos hacia los campos de exterminio de Polonia y Austria, de tan triste recuerdo.
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