En general Telde es una ciudad agradable para pasear, cuando se va sin prisas y sin coche, con ganas de patear y sin buscar un sitio concreto. Tiene y conserva el encanto de un pueblo de los de antes, aunque sea en realidad una ciudad más grande que la mitad de las capitales españolas. Las gentes caminan por ella tranquilamente, sin parecer tener prisa, acaso para coger resuello y atacar con ánimo renovado alguna de sus cuestas. Las personas mayores que matan el tiempo en los numerosos bancos colocados en sus calles peatonales, miran a los que pasan con esa curiosidad tan típica de los lugares donde todos parecen conocerse y al forastero se le presupone poseedor de un misterio o un peligro que hay que descubrir. Cuando era pequeño te preguntaban ¿y tú de quien eres, mi niño? No obstante, siempre dan las buenas horas amablemente cuando se les saluda y sonríen para adentro, socarronamente de la manera que sólo ellos saben hacer, como diciendo “ya te tengo, inglés”.
Telde es una ciudad que parece querer no olvidar a sus gentes, ni a quienes han tenido que ver con su pasado, aunque probablemente no reconozca méritos ciudadanos a gentes de hoy si de alguna forma se atraviesan en el camino de los políticos. Callejeando por las calles del barrio de San Juan se pueden encontrar bustos de los más variapintos personajes. En lugar destacado está el de Don Fernando de León y Castillo, homenajeado por la Provincia de Las Palmas, ya que a pesar de haber nacido en Telde, su trascendencia histórica para Canarias va mucho más lejos de ese hermoso faycanato.
En otra esquina está el busto de Don Gregorio Chil y Naranjo, ilustre médico y antropólogo. Alguien le ha dejado al pie de su cabeza una caja de medicinas, no se sabe muy bien si para prevenir el dolor de cabeza por oír las cosas que se dicen en campañas electorales o como ofrenda propiciatoria al galeno que fue. Más allá está el busto a José Martí, el adalid de la independencia cubana. Como humilde consejo a quien corresponda, le sugeriría colocar una plaquita con el nombre del personaje ya que con las pistas que escriben en la dedicatoria no es suficiente para tanta víctima de la LOGSE. Por otro lado, la caligrafía de la firma no deja muy claro el nombre del insigne personaje y la cosa se presta a lanzar osadas apuestas.
Por esa zona también hay un buen número de casas con gran interés histórico o, simplemente, testimonios de la arquitectura popular. Presentan un buen estado de conservación. Muchas de ellas tienen una placa mural recordando sucesos acaecidos allí o que fue el lugar donde tal o cual personaje habitaba. También diría a quien corresponda, como sugerencia amable, que los mazos de cables que afean las fachadas, ya que por ahora no está en las manos del Ayuntamiento o de los propietarios soterrarlos, se podría meterlos dentro de una canaleta rectangular plana, pintada con el color de la fachada, para disimular su antiestético paso. Esa solución se está empleando, creo que con éxito estético, en el histórico Hotel Madrid frente a la Alameda de Colón en Las Palmas de Gran Canaria.
Sorprende ver comercios conservando el estilo del tradicional del inmueble, que presuponen el gusto y el aprecio por el entorno de sus propietarios, que no han abierto amplios escaparates en sus paredes ni instalado luminosos que desentonen con la serena arquitectura del edificio. Lo mismo se puede decir de la Casa Museo de León y Castillo, con sus placas y sus escudos en piedra que lo identifican certeramente para el paseante o el turista.
Como rezan algunas estrofas de ciertas canciones, “la fuente se ha secado…” (y hay que limpiarla, Sr. Alcalde), “reloj no marques las horas…” (y hay que arreglar el de la vetusta Heredad, Sr. Concejal) o como le cantaba Heidi a su Pedro en sus montañas “cuando cae la tarde y se pone el sol, todas las montañas ya cambian de color…”. La tarde se acaba y es hora de volver a casa. Y mientras la Luna asoma entre las rejas del parque, se camina pausadamente canturreando aquella estrofa de la inolvidable canción de Los Panchos “tu diste luz al sendero en mi noche sin fortuna, iluminando mi cielo como un rayito claro de Luna”. Aunque, la verdad sea dicha, eso está muy bien para las “selvas dormidas”, pero en Telde mejor que el Ayuntamiento encienda las farolas, con permiso de Don Pepino y sus ocurrentes ahorros energéticos…







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