Estamos en esos días donde los sentimientos afloran con fuerza. Para unos son fechas de alegría y de estar en familia, incluso se abraza con sinceridad a suegras y cuñados, esos familiares maltratados en los chistes, tanto que se les llama “políticos”, ¡que ya es insulto en estos días! Para otros es nostalgia de los seres queridos que están lejos, o pena y recuerdo por los que ya no están.
Y eso parece ser así en casi todo el planeta, al margen de credos religiosos o regímenes políticos más o menos totalitarios. Por eso se reponen en la televisión películas como “¡Qué bello es vivir!”, la protagonizada por James Stewart y Donna Reed en 1946, o “Cuento de Navidad”, el clásico de Charles Dickens. Y tantas otras que pretenden avivar sentimientos de amor, solidaridad y justicia entre todo tipo de gentes. No siempre se consigue, pero lo siguen intentando año tras año y por esa esperanza brindan muchos, incluso los desheredados de la vida o la sociedad en general y los maltratados por gobernantes sin escrúpulos.
Y ese tipo de sentimientos cruzados, que oscilan entre la alegría y la desesperanza, son los que expresan los villancicos y las canciones de Navidad. De un lado los alegres, chillones, zambomberos y pandereteros villancicos, donde los pastores saltan y brincan como los peces en el río mientras la Virgen lava pañales. Por otro lado las sobrias y profundas canciones de Navidad, como el “Abeto fiel”, Tannenbaum, cuando nos recuerda que “si de esperanza es tu color, tu tronco es fuerza y es amor”. O la celebérrima “Noche de Paz”, compuesta en un pueblecito austriaco allá por 1818, que tantas lágrimas de emoción arranca cada noche buena. No es casual que su título original fuera “Silenciosa noche, Santa noche” para expresar magistralmente sentimientos íntimos, casi místicos, profundos pero no bulliciosos.
Canarias también se sumó, como no podía ser menos, a esta conmemoración tan universal que incluso transciende al cristianismo. “El cielo, la tierra y el mar palpitan llenos de amor. Las trompas y los clarines, la tambora y el timbal anuncian el nacimiento de nuestro Dios celestial. Madre del alma, cese tu pena, calma tu angustia. ¡Por Dios, no llores!, que ya bendicen la Nochebuena, los Reyes Magos y los pastores”, así canta Lo Divino expresando una profunda paradoja entre sus versos: mientras unos sencillos y humildes pastores y aldeanos se alegran del nacimiento del Niño Dios y sólo ven el corto plazo, a la madre le sangra el corazón por saber lo que sufrirá su hijito 33 años después. Y por eso Ella llora en silencio: unas veces de alegría, otras de pena y dolor.
Hasta los políticos se suman a los mensajes de unidad, (a veces con el rejo de que sólo la unidad es posible adhiriéndose incondicionalmente a su partido o a su persona), con el excelente villancico institucional, por cierto no muy repetido este año, de “vamos, cantemos: somos siete sobre el mismo mar. Siente el latir de un solo pulso, llegó Navidad. Canarias una sola será en esta Navidad”. Algunos hasta se disfrazan de maúros o de magos para hacer de comparsas de los coros y para las fotos. Todo sea por conservar el carguito ¡fun, fun, fun!
Pero he de reconocer que la canción de navidad que más me emociona, la llevo en el coche en más de quince versiones, (por favor, guárdenme la confidencia y no se lo cuenten a la SGAE), es “El pequeño tamborilero”, esa maravilla tradicional que el pueblo checo ha dado al mundo. Las dos versiones que más me gustan, sobre gustos hay mucho escrito, son la que cantan los Coros del Ejército Rojo Soviético y la genial versión e interpretación de nuestro Raphael, pletórica de los sutiles matices que transmite la letra.
Primero habla del camino que lleva a Belén, “que la nieve cubrió”. No estoy muy seguro de que nieve en esos parajes, pero sí pertenece al inconsciente colectivo que frío, nieve y Navidad van emparejados. Hasta en los nacimientos canarios los niños quieren poner polvos de talco o harina sobre el Roque Nublo. Por cierto, prefiero hablar de nacimientos y no de belenes ya que lo importante de este singular evento es el hecho de conmemorar el que Jesús haya nacido, más que el lugar, Belén, donde sucedió. Dejo aparte ahora otras consideraciones historicistas y religiosas.
Es en este marco rural donde los “los pastorcillos quieren ver a su rey... le traen regalos en su humilde zurrón, ha nacido en un portal de Belén... ¡el niño dios!”. Y uno de esos muchachos, tal vez el más pobre de entre todos le susurra a Dios: “yo quisiera poner a tus pies algún presente que te agrade señor, mas tú ya sabes que soy pobre también... y no poseo más que un viejo tambor... Ropopopón... ropopopón... pon, en tu honor frente al portal tocaré... con mi tambor”. Le ofrece aquello que da sentido a su vida: tocar el tambor y hacerlo en honor a ese niño recién nacido. ¿Puede haber mayor generosidad que la del que ofrece lo mejor y más querido que tiene, tanto material como espiritualmente?
Pero, a mi entender, lo mejor de todo y lo que me conmueve es la respuesta del Niño Dios y la inmensa alegría que el pequeño tamborilero siente por la respuesta que recibe a su regalo: “cuando Dios me vio tocando ante él, me sonrió...”. ¿Se puede expresar mejor la bondad y la generosidad humana ajena a intereses materiales? ¡Una sonrisa, es Navidad!







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