En estos días de abundantes lluvias, el Barranco de Maspalomas lleva agua para dar y tomar, corriendo a manta dirían las personas más entradas en años y sabedoras de cómo se regaban antaño las plataneras. Las gentes poco acostumbradas a ver esta bendición divina para las tierritas sedientas, sobre todo cuando viene serena y sin causar mayores destrozos, miran con un cierto asombro y recelo tanta agua junta. ¿Se habrán llenado las presas? ¿Por qué no se hacen más embalses que conserven toda esa agüita que va al mar? ¿En qué se gastan el dinero los que mandan? De este tenor son los pensamientos intuidos y los comentarios mascullados mientras miran las aves y los patos que viven en la Charca, al tiempo que se preguntan qué fue de los peces, si siguen aún bajo la capa de agua canela, marrón dicen los de fuera.
Cuando esto sucede, y acontece últimamente casi cada año, la Charca rebosa hacia el mar arrastrando la arena que la separaba del océano, dejando de ser una mini laguna para convertirse durante unas semanas en lo más parecido a un río, como esos que sólo se ven en las películas o viajando a tierras lejanas.
Este fenómeno de la naturaleza sería novelero y hasta muy bonito de ver si no fuera porque, en la práctica, inutiliza una gran parte de la playa para uso y, sobre todo, disfrute de muchos de los clientes de la zona turística. Se habla aquí de clientes y no sólo de turistas, porque usuarios de interés económico para la actividad sureña lo son tanto los foráneos, como los residentes en Gran Canaria.
¿Cómo no se les cae la cara de vergüenza a los políticos municipales, insulares y regionales así como a los empresarios y patronales turísticas de la zona, que viven de los ingresos que reciben de sus clientes y aquellos de los impuestos que recaudan, cuando hablan de excelencia turística? ¿Qué impresión se puede llevar una persona que quiere ir disfrutar de la inmensa playa de Maspalomas y sólo puede hacerlo si está dispuesto a vadear unas aguas marrones, salvo que esté dispuesta a dar un pateo de varios kilómetros barranco arriba, hasta el primer puente, para después retornar por la otra rivera sabiendo, para más INRI, que después les tocará deshacer lo andado cuando vuelvan cansados al hotel? ¿Qué creen políticos y empresarios que contarán esas personas a sus amigos cuando vuelvan a su punto de origen desilusionados y frustrados por lo que esperaban encontrar en Maspalomas si compraron, o les vendieron, un paquete turístico de Sol y Playa? Para muestra gráfica de este bochornoso y vergonzoso desprecio, tres botones de tres vadeos fotografiados el pasado día 20 de febrero.
La naturaleza es la naturaleza y poco se puede hacer para cambiarla. Pero este tipo de fenómenos naturales, como son las lluvias invernales, son bastante previsibles. Su llegada e intensidad es predicha por la ciencia meteorológica con suficiente exactitud. Y también por la experiencia de los lugareños, acostumbrados a ver como cambia el tiempo con las estaciones. Y siendo previsible que suela llover en invierno, que la charca suela desbordarse, que una parte de la playa se queda inaccesible, que los clientes se enfadan muchísimo y que los negocios caen en picado ¿a nadie, empresario o político, se le ha ocurrido una solución plausible para este grave problema? ¿Qué lo resuelva otro es su actitud?
Un posible remedio inmediato para este, a mi juicio, grave problema, sería el disponer de una especie de pasarela ligera y articulada para el paso de personas, inspiradas en las que usan los militares como puentes para vadear ríos. Un tipo de estructura ligera como la que se propone se puede montar y desmontar en horas, si está diseñada de forma modular, plegable o desplegable y de fácil ensamblaje de acuerdo a las necesidades y circunstancias específicas de cada año. Sería algo así como una grúa de construcción, pero horizontal y apoyada en tantos puntos como fuera necesario. Ingenieros y arquitectos capaces hay para diseñar el artilugio. Empresarios y ayuntamiento hay también para financiarla, mantenerla, instalarla y desinstalarla. Sólo es necesario pensar en los clientes y en el futuro del negocio turístico. El resto es un mini pan hoy y nada mañana. El no hacer nada y quejarse ¿es nuestro sino?
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